¿Olfato o técnica?

El "olfato" de un empresario es insustituible por técnica alguna. La evaluación de proyectos, en un mundo tan dinámico como el actual, hace necesaria una complementación entre ambos. El empresario verá la oportunidad de hacer un negocio y siempre será el que decida. Pero el evaluador contribuye con información de apoyo: ¿Cuál es la dimensión real del mercado? ¿Qué estructura tecnológica es óptima, la más barata pero de corta vida o la más cara pero de mayor duración? ¿Cuál es la estructura de costos completa a financiar? ¿De qué magnitud será la inversión en capital de trabajo para que el gerente pueda administrar eficientemente el negocio? La lista es larga, pero lo importante es que hay información que muchas veces el empresario considera sólo tangencialmente. ¿Cuántos dimensionan en toda su magnitud la inversión publicitaria para posicionarse en los nuevos mercados? ¿Cuántos miden el riesgo o buscan determinar la priorización de las variables que hacen más sensible a la rentabilidad. Son dos enfoques distintos. Un empresario nace, no se forma. Un evaluador, que puede ser el mismo empresario, se forma como un colaborador para buscar la manera óptima de emprender la idea del inversionista.
La primera vez que le pasé la factura a un empresario al que le había demostrado que su idea no era rentable, me pagó mucho más satisfecho que todos aquellos a quienes sólo les confirmé, al entregarles un informe recomendando hacer el proyecto, lo que "ellos ya sabían".

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